#Parejas

happy togheter

Un grupo familiar almuerza un día cualquiera. La charla masculina deriva en las relaciones marido-mujer de los presentes. Uno cuenta que preguntar para invitar a sus amigos a su casa no es una opción porque es claro que su esposa dirá que no. Otro dice que puede preguntar aunque de antemano sabe que la respuesta será un rotundo «no». El mayor de la mesa confiesa que «las hace a escondidas» y que en todo caso se enfrentará a las consecuencias luego. Un cuarto, con estupefacción, plantea que estar en pareja es ampliar tu libertad y jamás restringirla. Año 2016. Sigo sin entender las dinámicas tóxicas de algunas parejas. No entiendo cómo es que en medio de tantos cambios sociales, de esta nueva conciencia en la que los individuos estamos llamados a desplegar nuestro potencial y el joie de vivre como una búsqueda valiosa y fundamental frente a nociones de otro tiempo como la acumulación de riqueza y la realización personal sólo a través del trabajo o los hijos, prevalecen esas estructura de pareja castradoras, en las que hombres y mujeres se erigen como dictadores del comportamiento del otro, digitando qué puede y qué no puede hacer. Estar en pareja es negociar, estamos de acuerdo. Encuentro que sin embargo hay territorios que son innegociables y que la libertad individual jamás debería subyugarse a los mandamientos de otro. No se me ocurre nada más opuesto a la felicidad.

Mujeres que no dejan que sus parejas vayan a jugar al fútbol, salgan a bares o boliches con sus amigos, y que hacen una escena si el señor en cuestión vuelve pasado de copas. Hombres que contabilizan las veces al mes que su compañeras hacen planes que no los incluyen, y que opinan sobre cuál es el vestuario aprobado para tal situación. Una solapada desconfianza hacia los compañeros y compañeras de trabajo ante cada after office que aparece en el horizonte. Maniobras para ocultar que en vez de juntarse en una casa, el grupo de amigos/as decidió rumbear a un bar. Salir a bailar con amigos/as como un pecado mortal. ¿Qué carajo pasa en algunas parejas que son incapaces de construir relaciones de confianza verdadera y en las que la felicidad del otro como individuo, más allá del marco del vínculo que los une, no parece ser  un elemento crucial en la consecución de una relación sana, plena, feliz y que tenga más probabilidades de persistir en el tiempo?

Escapa a mi entendimiento ese planteo de relación. No podría sobrevivir a un vínculo en el que el otro debe darme permiso para hacer algo. Es sin dudas el triunfo más acabado de las formas patriarcales de relación: uno/a dispone qué puede o no hacer el otro/a, una especie de supremacía tácita -a veces del hombre, a veces de la mujer- que convierte a la relación en un vínculo de desigualdad. Mi concepción de una pareja feliz se basa en el principio de que las dos partes conviven en un equilibrio sano en el que todo se conversa. Una pareja no es dos personas que se convierten en una, sino dos individuos independientes que deciden compartir sus vidas para hacerlas mejor, conservando los atributos de su individualidad y sus espacios para sostener esa individualidad, hacerla crecer, y que de esa manera aporte nuevos elementos al vínculo con el otro.

Novio come hamburguesas con sus amigos al menos una vez a la semana.  Va a recitales, a meetups nerdas, a asados con colegas y a jugar al ping-pong + fernet con irregular periodicidad. Me hace feliz su sana costumbre de encontrarse con los suyos, que vuelva a casa siempre con algo nuevo para contar y contento por el tiempo compartido con los pibes/as. Por mi parte yo disfruto de esos momentos de soledad en casa, mirando películas que no miraríamos juntos, leyendo, escribiendo, pintando: nutriéndome mientras él también se nutre. Novio disfruta de mis infrecuentes salidas nocturnas, de mis after office ocasionales, de las fiestas de cumpleaños a las que voy sola y de mi encuentro con mis amigos y amigas: las más de las veces nerdea, mira videos de carpintería, sale a caminar con #Lucy, cocina y lee. Se nutre mientras yo me nutro. Vuelvo a casa con anécdotas, chismes, y reflexiones que compartimos en largas charlas durante el desayuno a la mañana siguiente. Se ríe de mi resaca cuando la noche fue de excesos y me recuerda que, a los 38, ya el cuerpo no me responde de la misma manera. Por vez mil doscientas en mi vida digo que nunca voy a volver a tomar (ja). Nunca jamás la hora de regreso de nuestras excursiones nocturnas será motivo de explicaciones.

¿Por qué habríamos de oponernos al disfrute en el marco de un vínculo en el que la felicidad del otro es un #must, es algo buscado, es uno de los motivos que nos lleva a buscar la compañía de otro ser humano? He aquí una de las grandes verdades que rige mi vida: estar en pareja multiplica mi libertad, jamás la restringe. No hay absolutamente nada positivo en un planteo de pareja en el cual hay que pedir permiso para hacer las cosas que nos gustan, a solas o acompañados por gente con las que también nos gusta compartir tiempo. Cada pareja es un mundo, yo lo sé. Hay mundos que yo simplemente no comprendo.

Me pregunto qué será lo que lleva a personas adultas a aceptar ese tipo de estructura de relación. No sé si será falta de amor propio, cobardía, comodidad o el simple hecho de que no se han planteado que tal vez hay otras formas de construir una pareja. Me pregunto muchas veces a qué le temerá aquel que digita lo que puede o no hacer su compañero. ¿Le temerá al engaño? ¿Te temerá a que el otro le tome el gustito a esa diversión que no lo/la incluye? ¿Será que abandonaron sus universos individuales para avocarse a la pareja y entonces no tienen sus espacios propios, intereses, amigos? ¿Será que piensan que estar en pareja significa el abandono total de todo aquello que no se haga de a dos?

Creo que arrastramos esa noción de las generaciones que nos precedieron. Cada vez que voy un domingo a casa de mis padres sin #novio, mamá encontrará el momento para preguntarme en voz baja, discreta, si es que nos peleamos. La realidad es esta: novio y yo tenemos el acuerdo de que, en lo que a las familias políticas respecta, cada uno tiene absoluta libertad para decidir cuando quiere o no sumarse a los planes del otro. Apostamos al ganismo puro, a la autodeterminación de si un domingo cualquiera queremos pasarlo en pantuflas echados en el sillón con la perra o merendando en la casa de los padres del otro. Él y yo decidimos de forma individual cuándo tenemos ganas o no de asistir a cumpleaños, bautismos, obras escolares, cumpleaños de 80 de las tías abuelas y otros compromisos familiares. Nada más sano y sincero, nada más auténtico. Nada más tranquilizador que la certeza de que siempre vamos a poder elegir cómo pasar nuestro  escaso tiempo libre.

Yo estoy segura de que esto es en gran parte la explicación de por qué somos tan felices juntos. Porque somos novios y también seguimos siendo Claudia por un lado y Juan por el otro. Porque nos une la confianza, y sobre todo el deseo de ser felices juntos y de que cada uno de nosotros sea también un individuo feliz, completo, satisfecho con sus logros personales, con el universo propio que construyó.

Me hago preguntas sobre la vida de los otros con gran curiosidad y asombro, sin ánimo de juzgar. Hay de todo en las viñas del Señor, dicen.

Mi amor, (para mí)  la libertad es fantástica.

 

 

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