Inundación

Una tormenta a las 4 am, la ventana de la habitación que recorta un pedazo perfecto de cielo, su cuerpo enredado con el mío, testigos gozosos del espectáculo que tanto habíamos deseado. Buenos Aires se sumerge, y yo también. Ella en un torrente de agua que viene a aplacar un poco el calor sofocante de la noche; yo en este lazo íntimo y particular que se empezó a tejer entre nosotros hace un tiempo atrás.

Esto es mejor que cualquier cosa que hubiera podido imaginar. Y estar vivo parece ser eso: reconstruirte todo el tiempo, pegarte la cabeza contra la misma pared todas las veces que sea necesario hasta aprender exactamente qué cosas hacen de tu vida un infierno, y cuáles la transforman en algo que vale la pena sin pensarlo dos veces.

En esa construcción única que es cada uno de nosotros, el tiempo no sabe de normas, no entiende de generalidades. Cada uno tiene sus lecciones que aprender, sus propias piedras con las que tropezarse, caer, golpearse jodido y levantarse si no se deja vencer por las vicisitudes del viaje. Rendirse siempre es una tentación cuando se acumulan meses y años de decepción.

Pero al final yo tenía razón. No importa cuántas veces te derrumbes, cuántas heridas te marquen el alma, cuánto maltrato y cuánto desamor tengas que soportar: lo mejor está por venir, siempre.

Agua en Buenos Aires. Infinita felicidad en mí.

Foto: _zahira_

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