VIH

1. Supongamos que no te acordás como surgió la charla pero él te dijo que no estaba seguro si tenía o no tenía. Y vos lo único que dijiste fue «si vamos a estar juntos lo tenés que saber». Y se hizo el test. Y recibiste su llamado en tu escritorio en tu oficina de entonces, diciéndote «Tengo», y tuviste que salir a dar una vuelta manzana para tomar aire y acomodar tu cabeza, las ideas y sensaciones confusas que te invadieron. Se lo contaste a tus amigas y tuviste todo el espectro esperable de reacciones: «Lo tenés que dejar ya», te decía llena de preocupación una de tus más cercanas amigas. «En lo que decidas yo te banco», te decía otra. Y vos con una única certeza: todo lo que necesitas es información. Y hacia allí partiste, con un listado enorme de preguntas; las había obvias, «¿Qué hacemos si tenemos un accidente con un preservativo?», las había tan rebuscadas que te daba vergüencita hacerlas – del tipo «¿Qué pasa si yo me depilé el cavado, tengo un poro abierto y me cae semen en el poro?». Todas las preguntas posibles estaban en esa lista. Y te sentaste derechita en la silla en la cita con el infectólogo. Le explicaste la situación: él se acaba de enterar que es HIV positivo y recién inicia su tratamiento; yo soy HIV negativa y estamos empezando una relación.

Y el tipo te explicó tantas cosas, te enseñó los rudimentos básicos y no tan básicos de lo que significaba en los bifes vivir con alguien con HIV+. Te habló de los cuidados cotidianos permanentes (jamás tocar su sangre ante un accidente doméstico, tener siempre guantes a mano, no compartir elementos cortantes, usar lubricante, no abrir el preservativo con los dientes ni usar anillos al momento de abrirlo); te dio las instrucciones del tan temido escenario de un accidente o rotura del preservativo, las que jamás habías escuchado y desconocías por completo: tomar una dosis exacta de su medicación y correr al hospital con pabellón especializado en HIV más cercano. Te habló de la ventana de adherencia del virus; te habló de grupos de parejas serodiscordantes, una expresión que no estaba en tu vocabulario. Te preguntó si pensaban tener hijos, te contó sobre los últimos avances para evitar que el bebé se infecte en el canal vaginal. Te llenaste de información y saliste a reencontrarte con él porque desde lo profundo de tu ser tenías el convencimiento de que la fortaleza, el amor, el cuidado y todo ese conocimiento eran la mejor base para afrontar el desafío que ese amor incipiente te planteaba: compartir la vida con una persona HIV+. Te fumaste a tu hermana (tu hermana que nació, vivió y se crió en la misma familia, en el mismo techo, en el mismo seno que vos) diciéndote que era mejor no contarle a tu cuñado para que no se preocupara por tus sobrinos. Les respondiste a tu hermana que ser HIV+ no te convierte en pedófilo y que no tenía nada de qué preocuparse. Por supuesto, no volviste a hablar del tema con ella. Nunca más.

La pareja no funcionó y se terminaron separando unos meses después de empezar. Las personas a veces vienen con mochilas que no tienen relación alguna con ninguna carga viral en sangre.

2. Años después, me cruzo con esta nota de la Revista Anfibia, donde una chica HIV+ cuenta en primera persona su dilema sobre si contarle o no a su compañero sexual que convive con el HIV. Me resulta inevitable mirar atrás, repasar esos casi seis meses, esa experiencia fundamental y única de mi existencia y me hago preguntas. Revuelvo en mi interior para entender si tengo una posición tomada luego de mi vivencia. Me sorprende darme cuenta de que no: dependiendo de los zapatos en los que me ponga, no me resulta tan sencillo, fácil o lineal tener una opinión al respecto. Pienso en que la información (en este caso, saber que la persona con la que te vas a acostar es HIV+) es lo que te hace libre: libre de decidir si elegís o no acostarte con alguien que tiene HIV, entendiendo y defendiendo que decidir no hacerlo no te convierte de manera automática en un discriminador compulsivo hijo de puta que no merece vivir en esta sociedad. Cada uno tiene sus propios fantasmas, sus propios miedos, sus propios límites. Algunas personas simplemente no podrían manejar psicológicamente la idea de acostarse con una persona que es HIV+, por miedos absurdos (como la mayoría de los miedos). Por miedo a cualquier posibilidad aunque fuera remota de contagiarse una enfermedad crónica que por ahora no tiene cura y que requerirá que tomes de por vida una medicación fortísima que no es necesariamente inocua al cuerpo. Por miedo a la muerte, que sigue siendo en el inconsciente colectivo el equivalente a HIV/SIDA por falta de información poderosa y esclarecedora al respecto. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar cómo le juega la psiquis a otro mortal cuando apenas podemos sobrellevar la nuestra, con nuestras horas de diván y psicotrópicos para mantenernos en una pieza? ¿Quiénes somos nosotros, HIV negativos o no, para juzgar lo que eligen otras personas? Lo que me perturba del artículo de Anfibia es que la autora habla de «confesión» al momento de decir que es portadora de HIV, como si confesara un crimen o un secreto horrendo. Ahí es donde dejo de coincidir. No se trata de confesar: se trata de darle al otro las herramientas para elegir. Elegir es libertad, y la libertad es el patrimonio último de todo ser humano.

3. Y después me pruebo los zapatos de él, M. Un tipo lindo, bueno, más loco que una cabra, cariñoso y divertido. Me lo imagino en el proceso de conocer a alguien, me lo imagino tosco y no muy ducho para las palabras en el momento de decirle a su nueva conquista «soy HIV+», y me imagino también cómo será vivir la reacción de los demás ante eso, cómo será vivir en carne propia un rechazo, una reacción desmedida, un desprecio hijoeputa como no deben faltar. Me lo imagino queriendo tener hijos (siempre quiso), afrontando las diversas dificultades que eso implica ante su condición. Me lo imagino buscando trabajo. Me lo imagino encontrando una compañera y abordando a la familia de ella, me lo imagino con tu diagnóstico de por vida y todo lo que eso conlleva.

Y ninguna posición me parece tal lineal. Ni decirlo es una obligación, ni callarlo te convierte en un hijo de puta mientras tomes todas las precauciones para cuidar a la otra persona.

Y aparece otra vez en el medio de mi humanidad, la bandera del derecho a elegir. Y mi laberinto mental empieza de nuevo. Foja cero. No puedo terminar de tomar una posición.

4. Tengo la enorme fortuna de estar rodeada de personas increíbles que me hacen repensar mis ideas sobre las cosas desde otros lugares. Y mi amigo @ludomatic en una cena anoche y hoy por Twitter trajo un punto de vista que me resulta fundamental en este debate necesario que disparó la nota de Mariana Iacono.

¿Y qué si en vez de una confesión lo que buscamos es una respuesta a una pregunta directa? Durante los siete años de soltería entre mi ex novio y mi actual nunca jamás se me ocurrió hacerle a los amantes ocasionales o recurrentes la bendita pregunta «¿Te hiciste el test?», «¿Sabés si sos HIV+ o no?». Con el preservativo y los límites me parecía suficiente, me parecía que estaba haciendo todo lo necesario para cuidarme. ¿Pero por qué no empezar a pensar que preguntar directa y abiertamente sobre el tema antes de ir a los bifes con alguien también es una forma de cuidado? De esa manera el otro tendrá la posibilidad de responderte también de forma directa, sin sentirse llamado a confesión alguna, sino simplemente consultado por otro ser humano y con la posibilidad de responder con honestidad. Y darte así la libertad de elegir qué querés hacer.

No hay posiciones lineales, fáciles. No hay nada fácil cada vez que se habla de HIV. Tal vez sea hora también de empezar a hacer las preguntas correctas.

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¿Hace cuánto que no te hacés el test? Es confidencial, rápido y gratuito en todos los hospitales públicos. En todos estos lugares te lo podés hacer hoy mismo.

No dejes de leer toda la info que tiene la espectacular gente de la Fundación HuéspedSeguilos también en @FundHuesped.

 

Un Comentario

  1. guillox

    De nada sirve preguntar si la persona HIV+ (confirmado o probable) no lo toma con responsabilidad, omite o miente.
    Concuerdo plenamente con este fragmento: «No se trata de confesar: se trata de darle al otro las herramientas para elegir. Elegir es libertad, y la libertad es el patrimonio último de todo ser humano.»

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  2. Fabio

    Al igual que Guillox, para mi es mayor la responsabilidad del infectado porque éste sabe lo que puede provocar, si no se lo toma en serio es un problema muy grave para toda la sociedad.
    Y acostarse con un sociópata puede ser tu condena, por ahí el tipo es muy agradable pero el poder de la negación por sobre lo que está sufriendo hasta la necesidad de venganza social muchas veces los lleva a operar de formas crueles.
    En este caso existió la suerte de que la persona era consciente pero son muchos los casos en los que no fue así.
    Al mismo tiempo es una de las enfermedades que mayor atención recibió en los últimos 30 años por lo que existen más tratamientos para contenerla que para otras enfermedades más comunes, no es que sea lo mejor pero hoy mucha gente puede convivir con el virus sin desarrollar el SIDA.

    Volviendo al tema, para mi es mayor la responsabilidad del infectado cuando este es consciente que lo está, claro, pero no por eso menor la de su pareja. Ni hablar del caso de sexo casual ¿2014 y todavía hay gente que se acuesta con un desconocido sin forro? Saquemos el HIV del medio, la lista de enfermedades venéreas gravísimas es lo suficientemente larga como para no animarme a meterla en ningún lado y hay gente que se despreocupa de ello?

    Esos son vectores de contagio más peligrosos que el infectado de HIV que sabe que tiene la enfermedad y trata de evitar su propagación. El inconsciente que cree que se las sabe todas y anda por la vida garchando sin cuidarse. Esos son los que provocan epidemias, no alguien que te dice «soy positivo»

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  3. ?????

    «Y ninguna posición me parece tal lineal. Ni decirlo es una obligación, ni callarlo te convierte en un hijo de puta mientras tomes todas las precauciones para cuidar a la otra persona.»

    Ese tomar todas las precauciones sin decirlo, en un punto imagino que pone muy de relieve que «algo raro pasa».
    Yo diría que es (casi) una obligación decirlo. Pero imagino los millones de rechazos, algunos de los cuales mencionás, y pfffffffffffffffff.
    No sé si podría soportarlo, o cuánto podría soportarlo.
    El Kaletra lo soporté tres días de los 30 que tenía que tomarlo. Por suerte, la situación de riesgo no había tenido consecuencias.

    Y sí, hay gente que aún hoy, teniendo toda la info y un forro a mano, elige, a veces, coger sin forro. Yo, esa vez, por ejemplo.
    Y hay gente que coge con forro, pero que después (o antes) chupa una concha, traga semen, y eso también implica riesgos.

    yo que sé….

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